¡Ranko! by Curtis Garland

¡Ranko! by Curtis Garland

autor:Curtis Garland [Garland, Curtis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1988-03-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO V

La arena formaba remolinos en torno de ellos, movida por fuertes ráfagas de un aire seco, ardiente, que quemaba la piel.

Bajo sus ropajes, los dos jinetes avanzaban imperturbables entre la ventisca y los torbellinos de arena, en dirección a los cercanos oasis, a través del amplio desierto dorado que fulguraba bajo el crudo sol. Los beduinos tenían fama de cabalgar con cualquier inclemencia del tiempo, siendo como eran amos y señores del desierto. Y aquellos dos nómadas, ciertamente, parecían formar parte de la propia extensión de arena donde las patas de sus caballos iban dejando huellas en las dunas durante los escasos momentos que tardaba otra oleada de arena en cubrir esas señales.

Ambos eran jinetes expertos, como lo eran siempre todos los beduinos que debían recorrer millas y millas bajo soles implacables o en medio de atroces tempestades de arena, cuando no enfrentándose a sus enemigos o escapando de ellos al ser superiores en número, gracias a la pericia que tenían como jinetes.

Bajo aquellos ropajes y el sólido tinte que cubría sus facciones, Ranko y Vania interpretaban perfectamente sus papeles aunque ahora nadie pudiese verles. Pero habían cabalgado durante días enteros, dejándose ver en oasis o en poblaciones del desierto, tras pasar por la ribereña población de Mahbar, en el golfo Pérsico, auténtico bastión repleto de fuerzas militares del ayatoláh Isham, dada su importancia como refinería y centro petrolífero del país.

Allí habían hablado brevemente con Yekak en el Mesón de las Siete Lunas, en una oscura madrugada, confirmando que, al menos en los alrededores de la ciudad petrolífera no parecía hallarse la base secreta, puesto que el ayatoláh seguía viaje inmediatamente hacia el interior, rumbo a Ramadi, en pleno desierto.

Y hacia Ramadi se dirigían ahora los falsos beduinos, pero con la idea de pernoctar en el oasis de Bishar, a pocas millas de la ciudad del interior que era meta inmediata del tirano de Kumán y su séquito.

Avistaron pronto el oasis, allá tras una serie de ondulantes dunas arenosas, como una jugosa mancha verde en medio del desierto amarillo. Palmeras, un pozo de agua, vegetación, formaban ese punto acogedor en la interminable llanura de arena. Más allá, difuminado en el horizonte, se veía el perfil borroso de los minaretes y, torres de Ramadi, la cercana ciudad adonde ahora debía de estar llegando el ayatoláh, con la escolta militar encabezada por sus hombres de máxima confianza, el coronel Isfar, hombre de pésima fama en el país por su crueldad y la dura represión contra todos los leales al jeque Hassid.

—Ya llegamos —dijo Ranko bajo el velo que cubría su rostro hasta la nariz.

Vania, ataviada igual que él, fingiendo ser también un hombre, asintió fijando su mirada oscura, provista de lentillas de color negro, en el frondoso oasis que se alzaba en la distancia.

—Pasaremos allí la noche —dijo la soviética—. Y mañana, de madrugada, iremos a reunirnos con Yekak en los establos de Sharja. ¿Crees que estará cerca de Ramadi el secreto escondrijo donde han montado los laboratorios para elaborar esa peligrosa y maldita arma química?

—No puedo saberlo.



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